El alumbramiento es algo que ningún hombre puede apreciar debidamente. Podemos maravillarnos ante el suceso como observadores—e impotentes, dicho sea de paso—pero no podemos experimentarlo como lo siente la mujer. Mi esposa me dice: “No puedo describir por completo lo que sentí cuando el médico levantó a nuestro nene, cortó el cordón umbilical, y me puso a la criatura encima del vientre. Conforme él retiraba sus manos, yo alargué las mías y lo palpé, y pensé: ¡Ah, vida que salió de mí!

El nacimiento ya es suficiente milagro en sí mismo, pero en esta época del año añade una dimensión completamente nueva. Hace muchos años, en el lugar tranquilo, rústico, en donde dormían los animales, María alargó su mano y palpó la Vida que había salido de su cuerpo; ella alargó su mano y palpó la piel suave y humana del Dios infinito.

La humanidad de esta escena apropiadamente nos llama a echar un vistazo más de cerca. Podemos identificarnos con la confusión de José, el asombro de María, la ironía de la llegada tranquila de Dios a un mundo tan inhospitalario . . . y todos esos pensamientos son imponentes al considerarlos. Pero no podemos detenernos allí. Son apenas una entrada a maravillas mucho más hondas, mucho más significativas. Simplemente por debajo de la piel suave y delicada del recién nacido de este hermoso relato está la carne y hueso de una verdad teológica que es más vieja que la creación, puesto que el plan ya estaba fraguado mucho antes de que el tiempo empiece.

La encarnación, es decir, Dios haciéndose carne, es una doctrina que es fundamental para todo lo que creemos como creyentes. Los estudiosos de la Biblia ven con vista perfecta en retrospectiva y en Génesis 3:15 el indicio del nacimiento de Cristo. Hablándole a la serpiente en el Edén, Dios dijo:

“Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.”

Mucho más adelante el profeta Isaías escribió estas palabras, siglos antes de que Dios se hiciera hombre:
“Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel” (Isaías 76:14).

Al narrar la encarnación de Dios, el discípulo Mateo nos dice esto:
“Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. JESÚS, Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, Y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros” (Mateo 1:20-23).

Cuando el primer hombre hundió a la humanidad en el pecado con su desobediencia en el huerto del Edén, el mal entró en la sangre de la humanidad, contaminando a todos los que viven ahí. Cada uno de nosotros ratificó la trágica decisión de Adán al añadir nuestro pecado al suyo. El resultado es un mundo sujeto al dolor de toda clase concebible: hambre, sed, aflicción, hastío, tentación, enfermedad, prejuicio, tristeza . . . y la lista continuaría interminablemente si no acabara con el mal máximo: la muerte.

Muchos luchan con la idea de Dios porque luchan contra “el problema del dolor”; es decir, ¿cómo puede Dios permitir que el mal continúe? La respuesta sorprendente es que se debe a que Él nos ama. Él podría haber terminado todo el mal antes de que el fruto del árbol prohibido fuera digerido en el estómago de Adán. No nos olvidemos de que el mal que Dios habría acabado allí nos incluye a usted y a mí. Nosotros trajimos, y continuamos trayendo, el mal sobre nosotros mismos y el mundo, y Él quedaría enteramente justificado al condenarnos a sufrir el enrevesado caos que nosotros hemos hecho de su creación; pero . . . Él nos ama.

Qué terrible predicamento. Dios debe castigar el pecado. La paga del pecado es la muerte eterna. Pero para aplicar la sentencia, Dios pierde a la misma gente que ama. Así como un hombre condujo a toda la humanidad a la rebelión, otro debe reconciliarnos. Pero, ¿quién? ¿Quién entre nosotros no merece el castigo del pecado? Y, si se pudiera hallar a una persona sin pecado, ¿qué mero mortal tendría el poder de morir la muerte que usted y yo merecemos, y sin embargo sobrevivir al proceso para poder continuar representándonos? ¡Sólo un humano que sea Dios podría hacer eso!

Hace dos milenios Dios respondió el clamor angustiado de la humanidad al apropiarse del “problema del mal.” El Dios todopoderoso se hizo Emmanuel, “Dios con nosotros.” Él vivió como nosotros vivimos, sufrió como nosotros sufrimos, murió como nosotros morimos, pero sin pecado; y Él, siendo el Dios-hombre, venció el poder de la muerte a fin de darnos vida eterna.

El plan quedó completo. ¿Recuerda las palabras de Jesús en la cruz? “¡Consumado es!, o sea ¡Todo queda concluido!” Misión cumplida. Nada queda para que Dios haga, excepto permitirle a su creación tiempo para que responda. Él espera pacientemente . . . pero el tiempo se está acabando. Él no va a esperar para siempre. Un día cerrará la puerta de la oportunidad, bien sea debido a nuestra propia muerte física, o al llevar a toda la historia de esta tierra a su fin.

Al meditar en la humanidad de la primera Navidad, recuerde que es una invitación para hacer una pausa y pensar más hondo. Le invito a tocar con su imaginación la piel infantil del Dios-hombre. Le invito a asombrarse como los pastores se asombraron y a adorar como adoraron los sabios. Le invito a permitir que el Dios-hombre, Jesús, se apropie de su “problema del dolor.” Al aceptar esta invitación que le hago, usted recibirá el más grande regalo de Navidad de la tierra: el don indescriptible de Dios.

En Visión Para Vivir tenemos pastores y asesores compasivos, listos para ayudarle a entender y aplicar el plan de Dios. No lo deje para luego. Escríbanos usando la información que sigue, y descubra cómo el milagro de la Encarnación puede marcar para usted el principio de una vida totalmente nueva con Dios. Escríbanos a la siguiente dirección:
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