Agonizando en oración por la actitud de un dirigente difícil que estaba atizando un conflicto en la iglesia, le pedía a Dios que los sacara y me protegiera, tanto a mi familia como a mí. En mi calidad de pastor principal me había convertido en el blanco de unos pocos descontentos que este hombre secretamente había envenenado contra mí. A la larga pidieron mi renuncia, amenazando con trastornar y controlar la sesión de negocios que se avecinaba si me negaba a sus demandas. ¿Cómo podía Dios permitir que esto suceda? ¿Por qué estaba yo enfrentando esta prueba cuando la iglesia estaba creciendo? Con fervor le pedía a Dios que actuara, pero su silencio era ensordecedor. Me sentía como que me había abandonado en mis pruebas y me había dejado que sufra solo.

Todo creyente ha experimentado ocasiones cuando las pruebas parecían abrumadoras. En forma natural nos preguntamos: ¿Dónde está Dios? ¿Acaso Dios nos está dejando que nos arreglemos como podamos? ¿Se interesa él? Si Dios es bueno, entonces ¿por qué permite que el mal triunfe? Estas preguntas pueden llevarnos a preguntar: ¿Nos estará castigando Dios? Cuando Dios parece ausente, o peor, que no se interesa, las pruebas se vuelven doblemente difíciles de soportar.

Cuando enfrentamos las dificultades de la vida, una perspectiva bíblica hace que sea más fácil de soportar la adversidad.

Fuentes de Pruebas
Las pruebas vienen de muchas fuentes. Alguna simplemente son las consecuencias naturales de nuestro propio pecado. Por ejemplo, si actúo egoístamente en mi matrimonio, lo más probable es que segaré una relación menos satisfactoria. Si soy glotón, cosecharé los efectos físicos de un estilo de vida insalubre. Cuando el Espíritu Santo destaca nuestro pecado personal necesitamos convenir con Dios que el pecado es malo y alejarnos de él.

Algunas pruebas son parte del programa divino de disciplina para nosotros. Éstas nunca son castigo divino; Jesús llevó en la cruz nuestro castigo, no dejando nada para que nosotros carguemos. Sin embargo, las consecuencias dolorosas también pueden ser instrumento de Dios para instrucción de sus hijos amados (Hebreos 12:3–11). Tal como los padres terrenales entrenan (disciplinan) a sus hijos para que aprendan a discernir entre el buen comportamiento y la mala conducta, así nuestro Padre celestial también nos entrena, para que podamos participar de su santidad (12:10). Como alguien dijo: "El dolor planta la bandera de la realidad en la fortaleza del corazón rebelde."

Algunas pruebas son ataques directos de Satanás. Job sufrió tales ataques (Job 1–2) y también Pablo (2 Corintios 12:7–10), y a ambos se les consideraba hombres excepcionalmente justos. En realidad, estamos en guerra contra el mal, y tenemos un enemigos que quiere destruirnos (1 Pedro 5:8), así que es de razón que cuando lleguemos al cielo podremos enorgullecernos de unas cuantas cicatrices ganadas en la batalla. Pablo consideraba que tal sufrimiento era una prueba de que él y Jesús estaban luchando del mismo lado (Colosenses 1:14).

Otras pruebas que sufrimos pueden resultar de nuestras acciones insensatas, aunque tal vez no necesariamente de pecado. Una vez compré unas acciones bursátiles muy caras en un mercado volátil. Mi decisión fue insensata y perdí dinero porque no busqué consejo sabio (véase Proverbios 12:15). Dios, en su soberanía, nos ha concedido cierto grado de autonomía, y la libertad para actuar por cuenta propia. Junto con ese privilegio nos dio inteligencia y la dignidad de ser dueños de las consecuencias de nuestras decisiones. Podemos llegar a ser más sabios como resultado de nuestra insensatez pasada. Eso, también, es una decisión que tomamos. En lugar de cargar el peso de culpabilidad innecesaria, podemos convertir en un don la lección dolorosa de la dificultad que nos buscamos cuenta propia. Permítame animarle a usar su sabiduría recién hallada para evitarle a algún otro la misma prueba.

Cada una de estas situaciones es una fuente genuina de pruebas. Pero a veces enfocamos sólo una de ellas, ignorando las sabias palabras de Pablo a los creyentes de Roma: experimentamos pruebas simplemente porque vivimos en un mundo caído.

¡Siempre Es Algo!
En Romanos 8 Pablo describió al mundo como profundamente arruinado por el pecado. En este mundo caído, nada, ni siquiera la misma creación, es como Dios originalmente lo diseñó. Nada funciona de la manera en que se supone que debe funcionar, y no funcionará así sino en el día cuando seamos hechos completamente semejantes a Jesús y seamos revelados plenamente como hijos e hijas de Dios (Romanos 8:19–21).

Para nosotros, y para toda la creación, Pablo compara el dolor y los gemidos de este tiempo presente al sufrimiento de una mujer de parto (8:22–23). ¡No es sorpresa que tanto de la vida sea desagradable! y Dios dice que será así independientemente de nuestro propio pecado, o necedad, o de la disciplina de Dios, o de los ataques directos del enemigo. La vida en un mundo caído quiere decir pruebas; y muchas de ellas. Incluso Jesús no escapó el cruel capricho de un mundo arruinado.

Buenas Nuevas para los que Están de Parto
En medio de estas condiciones imperfectas Pablo ofrece estímulo. Primero, que este período de dolor que solamente temporal. Un día pronto entraremos en una gloria que hará que nuestro sufrimiento presente parezca insignificante en comparación (Romanos 8:18).

Segundo, Dios no nos ha dejado solos en nuestro sufrimiento. Jesús sufrió por nosotros; tenemos un Dios que nos ama con empatía. E incluso ahora mismo el Espíritu Santo sufre juntamente con nosotros, gimiendo al interceder por nosotros ante el Padre (8:26–27).

Tercero, Dios está usando nuestra condición imperfecta para producir un resultado muy perfecto: transformarnos a semejanza de su Hijo. ¿Puede usted imaginarse lo que será ser semejante a Jesús algún día? Es algo que supera nuestra imaginación. ¡Un día él volverá! En ese momento seremos transformados. Lo que tanto anhelamos desesperadamente se convertirá en realidad. Mientras tanto, Dios usa nuestras pruebas presentes para prepararnos para la intimidad eterna con él.

Finalmente, es esencial que nos demos cuenta que cuando Dios permite pruebas en un mundo caído eso no quiere decir que está enfadado contra nosotros, o que ha dejado de amarnos. Lo opuesto es la verdad. Como Pablo escribió: "El que no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos concederá también con El todas las cosas?" (8:32). En verdad, somos verdaderamente coherederos con Cristo, heredando todo lo que él ha recibido del Padre. Casi ni podemos esperar verlo. Así que Pablo nos recuerda que mientras tanto nada jamás nos separará del amor infinito y personal que el Padre tiene por cada uno de nosotros (8:38–39). Debemos resistir la tentación de medir el amor de Dios por las circunstancias eternas. Más bien, nuestro ojo de la fe debe mirar más allá de las circunstancias al corazón del que nos lleva a atravesarlas.

Reflexionando en el episodio tuvo lugar en la iglesia hace muchos años, puedo ver varias fuentes que contribuyeron a la prueba:
Mi propia insensatez; debería haber hecho frente al problema tan pronto como lo descubrí.
El pecado de otros; aquel hombre promovió la contienda en la iglesia.
El ataque de Satanás; que no se detendrá ante nada para impedir el crecimiento y vitalidad de una iglesia.

Reconociendo todo esto con el tiempo hallé la gracia para dejar a un lado mi frustración y aprender de la situación.

Cuando enfrentamos pruebas podemos desperdiciar nuestro tiempo echándonos la culpa, buscando al diablo detrás de toda desilusión, preguntándonos por qué Dios está ausente; o podemos aceptar los hechos bíblicos. Este es el mundo en que vivimos. Sufriremos por un tiempo, pero se acercaba un tiempo mucho mejor. Mientras tanto, Dios nos ama, gime con nosotros, y promete usar toda prueba para nuestro mayor y más alto bien. Al mirar hacia atrás a mi prueba puedo ver claramente ahora lo que no veía entonces. Dios estuvo conmigo en toda mi odisea. Él fue fiel para darme la gracia para soportar la prueba, y crecer como resultado. Hoy, soy más fuerte, más sabio, y le amo más que nunca.