Lo abrumador de las probabilidades puede acobardarnos a todos.

Recuerdo la primera vez que me sentí abrumado respecto al ministerio en una vasta arena. Mi vida había sido más bien tranquila y manejable. De la pequeña ciudad en el sur de Texas en donde nací, luego mi familia se mudó a Houston, en donde vivimos mientras yo estudiaba la secundaria. Después de casarme, un período de servicio en el Cuerpo de Marina, y estudios avanzados superiores en el Seminario Teológico de Dallas, Cynthia y yo participamos en ministerios que era muy parecidos a nuestro pasado: pequeños, tranquilos, agradables y satisfactorios. Nuestros hijos eran pequeños, nuestras vidas eran tranquilas y más bien sencillas, nuestra visión de la obra de Dios era bastante confortable.

Pero la llamada a un pastorado en California en 1971 cambió todo eso. A decir verdad, cuando el avión descendía sobre Los Ángeles a donde íbamos como candidatos para el pastorado, me vino un sentimiento abrumador. Miré por la ventanilla y observé mientras kilómetros tras kilómetros de casas, alumbrado público, autopistas y edificios pasaban debajo de nosotros. Traté de imaginarme la vida en esa siempre creciente metrópolis de humanidad interminable. Pensé: ¿Cómo voy a poder lograr abarcar toda esta monumental tarea? ¿Qué puedo hacer para alcanzar estas personas aquí en el sur de California, que suman varios millones?

¿Cuál fue el factor decisivo para mí? Fue el diminuto y gentil pensamiento que Dios imprimió en mi corazón a principios de mi ministerio, y que de cuando en cuando me lo recuerda hasta hoy. Fue algo como esto: Jamás lograré alcanzar a todos; eso es humanamente imposible. Pero soy responsable por aquellos con quienes tengo contacto; y con la ayuda de Dios, determinaré una diferencia en las vidas de ellos. Así que dejé de prestar mucha atención a la enormidad de todo lo que no puedo hacer, y empecé a concentrar mi tiempo y energía en las personas y lugares a los que Dios nos había llamado a Cynthia y a mí. Llame mi visión limitada, si usted quiere, pero ha hecho una enorme diferencia en mi paz mental.

Aunque conservo el mundo en mi corazón, y recuerdo que Cristo murió por el mundo, con todo pienso en términos mucho más manejables. No puedo hacerlo todo; no puedo abarcar los vastos límites en esas oportunidades. (¡Nadie puede!). Siempre habrá más para alcanzar que lo que el tiempo, energía o dedicación pueden permitir. Pero la verdad es que cada uno de nosotros puede hacer algo. Qué malo sería que dejemos de ayudar a alguien porque no podemos ayudar a todos.

Hace siglos un muchachito se halló en medio de una vasta multitud; mucho más grande de cualquier grupo que jamás había visto o del que había sido parte. Había ido por curiosidad, habiendo oído que un hombre llamado Jesús andaba por ahí. Había empacado como almuerzo un par de pescados pequeños y algo de pan, sin saber cuánto tiempo iba está por allí. De repente, un hombre bondadoso que se presentó diciendo que se llamaba "Andrés" le tocó en el hombro y le preguntó qué es lo que tenía en la mano. Lo próximo que supo ¡fue que su almuerzo dio de comer a más de 5000 personas! Una vez que Jesús tomó en sus manos la comida sencilla del muchacho, no hubo límite a lo que él podía hacer con eso.

¿Se siente algo abrumado e insignificante estos días? Tal vez usted sienta su vida como Andrés sintió al principio en cuanto al almuerzo del muchacho cuando lo trajo a Jesús: "¿Qué es esto para tantos?" (Juan 6:9). Créame; yo me he sentido así muchas veces. Entonces recuerdo: Jamás lograré alcanzar a todos; eso es humanamente imposible. Pero soy responsable por aquellos con quienes tengo contacto; y con la ayuda de Dios, determinaré una diferencia en las vidas de ellos.

He tenido que recordar estas palabras muchas veces en mis más de cuarenta años de ministerio; incluso aquí, en Visión Para Vivir. Aun cuando nuestro programa radial alcanza a muchos, todavía hay una gran parte del mundo que no ha oído las buenas noticias de Jesucristo.

Pero nuestra misión en Visión Para Vivir sigue firme. Estamos comprometidos a la excelencia en la comunicación de las verdades de la Biblia y la persona de Jesucristo, de una manera precisa, clara y práctica para que las personas de siguen a comprender el plan de Dios para sus vidas, así como también de su papel significativo como creyentes auténticos en un mundo necesitado, hostil y desesperado.