Tengo que subrayar un hecho fundamental: el propósito de Dios no es asegurarse de que usted esté contento. Por mucho que le cueste creer esto, es el momento de hacerlo. La vida no es asunto de que usted se sienta cómodo y contento, triunfador y libre de dolor. Es cuestión de llegar a ser el hombre o la mujer que Dios le llamó a que sea. Desdichadamente, muy rara vez oímos este mensaje proclamado hoy. Esto es mayor razón para que lo repita: ¡la vida no es cuestión de usted! Es cuestión de Dios.

¿Cómo puedo decirlo con tanta certeza? Por la respuesta de Pablo en 2 Corintios 12:9-10:

Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.

¡Eso es! Él lo captó, también; y luego avanzó con eso el resto de sus días.

Cuando usted y yo nos jactamos de nuestros puntos fuertes, recibimos el crédito, y continuamos avanzando con nuestro propio esfuerzo. Pero cuando nos jactamos en lo que Dios está haciendo en nuestra debilidad, incapacidad e ineptitud, Cristo sale al frente. Su fuerza viene a nuestro rescate. Él recibe el honor.

Que no se le pase esto por alto. Las mismas cosas que tememos y de las que huimos en nuestras vidas son precisamente las que le dieron contentamiento a Pablo. Miré la lista: Estoy contento cuando pierdo. Estoy contento cuando soy débil. Estoy contento cuando me insultan. Estoy contento cuando me difaman. Estoy contento en la angustia. Estoy contento en las persecuciones. Estoy contento con las dificultades y presiones que son tan apretadas que ni siquiera puedo dar la vuelta. ¿Por qué? “Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (v. 10). El saber eso llevó al apóstol, que ardía con los ardientes oráculos del cielo, a sus rodillas. Qué manera de vivir: contento en todo, sabiendo que la fuerza divina viene cuando la debilidad humana es evidente.

Pablo recomienda una actitud de humildad desprendida. Muy asombrosamente, nunca se lee que Pablo le dijo a su guardia romano, cuando estaba encarcelado: “Quiero que me hagas un favor. La próxima vez que estés con alguno de los ayudantes del emperador, háblale para que me saque de esta pocilga. Yo no debería estar aquí, para empezar. He estado aquí por un año, siete meses, cuatro días, cinco horas y nueve minutos, ¡y ya es suficiente!” La actitud de Pablo de humildad sin egoísmo le impedía llevar un registro meticuloso de los males que le habían hecho en Roma, o en cualquier otra parte, a propósito. Estaba en la cárcel por asignación divina. De buen grado se sometió a esa situación.

Cristo modeló el gran principio de vaciamiento que perneaba en la asombrosa vida de Pablo. Si queremos aprender contentamiento, el cultivo de una actitud de humildad sin egoísmo es el lugar perfecto para empezar. Empiece con su familia o vecinos. Modélela ante sus empleados o clientes. Usted casi ni va a creer el impacto que ese tipo de actitud mental desprendida ejercerá sobre las personas. No tendrá que izar banderas o repartir tratados. Simplemente demuestre una actitud de humildad sin egoísmo. Los resultados lo asombrarán.

Pablo exhorta a los creyentes a tener una actitud de aceptación gozosa. Pablo no escatimó palabras en cuanto a cómo los creyentes deben relacionarse unos con otros. “Háganlo todo sin murmuraciones ni discusiones, para que nadie encuentre en ustedes culpa ni falta alguna, y sean hijos de Dios sin mancha en medio de esta gente mala y perversa. Entre ellos brillan ustedes como estrellas en el mundo” (Filipenses 2:14-15, VP). Él procuró tener una actitud de aceptación gozosa, libre de disputas quisquillosas y pleitos. Abogó alegría auténtica. ¡Nada es más contagioso!

Adaptado de Charles R. Swindoll, “Think It Over: Yes, YOU Can Make a Difference,” Newsbreak, vol. 12, no. 22 (7-13 junio de 1992): 1-2. Copyright © 1992, Charles R. Swindoll, Inc. Todos los derechos reservados mundialmente.