Si usted sabe algo de en cuanto al nacimiento de Cristo, tal vez lo mejor sea que usted se olvide de todo y empiece de nuevo.

Con el correr de los siglos se ha modificado y romantizado tanto el relato de Navidad, que inclusive Hollywood —cuya cultura es tan distorsionada como pudiera serlo— jamás logra capturar el sentimiento y circunstancias que rodearon la llegada de Jesús. A decir verdad, incluso algunas iglesias todos los años idealizan el nacimiento de nuestro Salvador. Sin embargo, fue muchas cosas, excepto ideal.

Sin lugar a dudas, el año 6 a.C. fue un tiempo muy malo para vivir en Judea. Herodes el grande se había apoderado del trono de Israel mediante la intriga sangrienta y al respaldo político de Roma. Entonces, una vez en el poder, protegió a su título usurpado de "rey de los judíos" tan implacablemente que incluso hizo matar a sus propios hijos cuando ellos empezaron a ser una amenaza política significativa. Macrobio, escritor del siglo quinto, anotó: “Cuando [César Augusto] oyó que el rey Herodes de los judíos había ordenado que se matara en Siria a los niños menores de dos años y que el hijo del rey estuvo entre los que mataron, dijo: ‘¡Preferiría ser un puerco de Herodes que el hijo de Herodes!’” 1

El comentario de César ilustra la triste ironía de la condición de Israel. Herodes, aunque no realmente judío, pretendía ser un judío muy religioso eliminando el puerco de su dieta, pero daba rienda suelta a su insaciable apetito por el poder. Construyó un imponente templo para el Dios de Israel, que fue una maravilla arquitectónica en su día, y nombró como administradores del mismo a un corrupto sumo sacerdote tras otro. Impuso impuestos sobre los judíos mediante el templo de acuerdo a la ley de Antiguo Testamento y luego usó los ingresos para quebrantar el primer mandamiento, construyendo ciudades y templos en honor al emperador y su panteón de deidades romanas.

El imperio romano, limitado al oeste por el Atlántico, al este por el Éufrates, al norte por el Rin y el Danubio, y al sur por el desierto del Sahara, era tan amplio como cruel. La intriga política, la tensión racial, la inmoralidad creciente y un enorme poderío militar dominaban la atención y conversación de todos. Judea existía bajo la opresión de la pesada bota romana. Fue un tiempo de progreso económico y político sin precedentes para los ricos, y un tiempo de horrorosa opresión para todos los demás. Para el primer siglo a.C., una nube negra se había estacionado sobre Israel, bloqueando todo rayo de esperanza.

La primera Navidad todos los ojos estaban sobre Augusto, el césar descreído que decretó un censo a fin de determinar una medida para aumentar más los impuestos. En ese tiempo, ¿a quién le interesaba una joven pareja que hacía un viaje de como ciento veinte kilómetro de Nazaret hacia el sur? ¿Qué podría posiblemente ser más importante que las decisiones de César en Roma . . . o los edictos de su títere Herodes en Judea? ¿A quién le interesaba un nene judío que nacía en una pesebrera en Belén?

Le interesaba a Dios. Como el Nuevo Testamento nos lo recuerda:

Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su
Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los
que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de
hijos.
Gálatas 4:4–5


Sin darse cuenta, el poderoso Augusto fue sólo un mandadero para el comienzo de "el cumplimiento del tiempo." Él fue un peón en la mano de Dios . . . una mera pizca de polvo en las páginas de la profecía. Mientras Roma estaba atareada haciendo historia, Dios llegó. Puso su tabernáculo de carne en el silencio de la paja, en un establo, bajo una estrella. El mundo ni siquiera lo notó. Solazándose en la secuela de Alejandro Magno, Herodes el grande, y Augusto el grande, el mundo ni siquiera notó al Niño Jesús.

Es lo mismo hoy.

Como lo fueron en los tiempos de Jesús, nuestros tiempos son desesperados. Es más, a menudo son una distracción del cuadro en grande. Tal como la crisis política, económica y espiritual del primer siglo pusieron el escenario para que "el cumplimiento del tiempo" tuviera lugar . . . así hoy, en nuestros propios tiempos salvajes, nuestro Dios está entretejiendo su tapete soberano para realizar su voluntad divina. Los tiempos son difíciles, en verdad, pero nunca toman a Dios por sorpresa. Él sigue siendo soberano. Sigue estando en su trono. Como el salmista nos recuerda: "Nuestro Dios está en los cielos; Todo lo que quiso ha hecho" (Salmos 115:3).

En mis 50 años de ministerio, nunca he estado más comprometido que hoy para dirigir a nuestra generación a la palabra de Dios. La palabra de Dios sigue siendo la única fuente de fortaleza y dirección divina en estos días difíciles. Siempre que puedo, les presento a los pastores y líderes del ministerio el reto de que se consagren de nuevo a la predicación y enseñanza práctica, expositiva, de las Sagradas Escrituras. Con la misma urgencia le exhorto a usted, en donde quiera que sea que Dios lo haya colocado, a poner en práctica en su vida la verdad de la Palabra de Dios y ante su familia y vecinos mediante la evangelización, el estudio bíblico y la memorización de la Palabra de Dios.

¿Se siente preocupado por estos días difíciles? Lo entiendo, y Jesús también lo entiende. Los tiempos no eran diferentes cuando Jesús nació. Debido a que tantas vidas han sido trastornadas este año por una razón u otra, animamos a nuestros lectores y oyentes a reflexionar, tal como María, en lo que Dios está haciendo en sus vidas, en un mensaje especial o verdad importante. La Navidad es un buen tiempo para hacernos nosotros mismos esta pregunta: ¿Voy a enfocar mi mirada en Jesús como el centro de mi vida y aferrarme a él sin que importen las circunstancias que enfrento? Eso es lo que una pareja de creyentes comprendió: "La gloria de Dios puede brillar, y en efecto brilla, mediante ángeles sordos, lisiados, y legalmente ciegos, y nos ha dado a nosotros estos individuos especiales para que podamos ver su gloria."

La corrupción política, los acomodos religiosos, las crisis económicas, todo esto siempre estará en titulares de primera plana. Pero debemos recordar que nuestro Dios está en su trono. Él promete usar nuestros tiempos desesperados para realizar sus propósitos más grandes y mejores en nuestro mundo, y en nuestras vidas.

1. Macrobius, The Saturnalia, trad. Percival Vaughan Davies (Nueva York: Columbia University Press, 1969), 171.