Antes de que vengamos a la cruz por fe, no podíamos agradar a Dios. Ahora que la cruz arroja su sombra sobre nuestras vidas y la sangre de Cristo nos ha limpiado de nuestro pecado, somos gloriosamente libres; libres para agradarle a él. Pero no tenemos que hacerlo. Y cuando no lo hacemos, podemos quedar atrapados en las cuerdas de nuestro pecado.

¿Necesita una buena advertencia? ¿Un saludable recordatorio? Nunca se conceda usted mismo permiso para esconderse detrás de la gracia como cubierta para la desobediencia. La Biblia llama a eso presunción. He notado que más y más creyentes son proclives a hacer eso. Dentro de los pasados ocho o diez años he oído y visto el abuso de la gracia de esta manera más que nunca antes en mi ministerio. Una voz merece que se la oiga en cuanto al tema. John Henry Jowett escribió hace muchos años palabras que todavía aguijonean con pertinencia:

El pecado es una presencia que estalla, y todo poder fino se encoge y se seca bajo su destructivo calor. Toda delicadeza espiritual sucumbe a su toque maligno. . . . El pecado nubla la vista, y promueve la ceguera. El pecado embota el oído y tiende a hacer a los hombres sordos. El pecado pervierte el gusto, haciendo que los hombres confundan lo dulce con lo amargo, y lo amargo con lo dulce. El pecado endurece el tacto, y a la larga deja al hombre "más allá de la sensación." Todas estas analogías bíblicas, y su significación común parece ser esto: el pecado bloquea y ahoga los finos sentidos del espíritu; el pecado nos insensibiliza, y nos quita la percepción, y la variedad de nuestra correspondencia queda disminuida. El pecado crea callosidad. Sofoca el espíritu y así reduce el área de nuestra exposición al dolor.

La vida es como una carta en el restaurante Gracia. En este nuevo establecimiento usted es libre de escoger lo que desee. Pero cualquier cosa que escoja le será servida y usted debe comerla. Si escoge el alimento equivocado y se da cuenta más tarde lo mal que su cuerpo reacciona al mismo, no piense que la gracia lo protegerá para que no se enferme. Hay buenas noticias, sin embargo. La gracia de Dios no escatima la esperanza de aceptación del Padre. Él lo recibirá de nuevo en su comunión si usted lidia con el mal, se arrepiente, y vuelve al carril apropiado.

Siendo de la misma familia, puedo advertirle del daño que le hará si toma la decisión equivocada, pero gracia quiere decir que retiro mis manos y le doy a usted la libertad de escoger. Dios es muy capaz de guiarlo. El guiará a algunos a vivir según cierto estilo de vida, y a otros a vivir según otro estilo . . . a algunos a escoger esta ocupación, y a otros, otra . . . algunos, esta carrera, y otros, aquella. Él dirigirá a algunos a criar a sus hijos de esta manera, y a otros a que críen a sus hijos de otra manera. Usted tiene la libertad de hacer lo uno o lo otro. Usted tal vez prefiera este tipo de música; tal vez yo prefiera un tipo diferente de música. Tal vez yo decida hacer énfasis en esto en mi ministerio; y usted tal vez escoja aquello. Uno de nosotros puede dar cierta cantidad, y el otro, aquella. Algunos pueden vivir en este tipo de casa, y otros, en este otro. Esas alternativas están abiertas para nosotros. Debido a que hay diferencias de gustos o preferencias, la gracia nos hace libres para escoger. Mi consejo es este: permita que las personas tomen sus propias decisiones. Aceptémoslas tal como son. Defendamos cada uno el derecho del otro a tener diferentes opiniones, convicciones y preferencias.

Charles R. Swindoll, The Grace Awakening (El Despertar de la Gracia), (Dallas: Word, 1990), pp. 140-41.