Considere las palabras de Salomón: “Las personas con integridad caminan seguras, pero las que toman caminos torcidos serán descubiertas.” (Proverbios 10:9). Antes de que continúe, me gustaría pedirle que vuelva a leer este versículo.

Job, después de haber sacado adelante a una familia, de haberse establecido en el mundo de los negocios y a una edad ya madura, “Era un hombre intachable, de absoluta integridad, que tenía temor de Dios y se mantenía apartado del mal” (Job 1:1).

José llegó a ser el sirviente personal de Potifar y luego fue encargado de las propiedades de su amo (Génesis 39:5).  Sin importar la circunstancia, ya sea con los demás trabajadores, administrando grandes sumas de dinero, sirviendo a los invitados o a solas con la esposa de Potifar, José era una persona confiable.

Daniel también es digno de recordar. Luego de que lo promovieron al cargo como el primer ministro, los que lo envidiaban “buscaron un motivo para acusar a Daniel” (Daniel 6:4), pero no lo lograron. Por más que lo intentaron, “pero no encontraron nada que pudieran criticar o condenar” (6:4).  Al igual que Job y José, Daniel caminaba seguro en su integridad. Él nunca tuvo temor de que le descubrieran algo.

¿Qué era lo que ellos tenían en común? ¿Eran perfectos? No, cada uno de ellos tenía sus imperfecciones. ¿Su vida era fácil? Lo dudo mucho. Un análisis detallado revela dificultades y dolores de cabeza que nos harían desfallecer. ¿Qué tal una presencia carismática, cuidadosamente orquestada por un departamento de relaciones públicas? Eso sería absurdo. ¿Una elocuencia impresionante? No lo creo. Podemos pensar en otras opciones pero todas serían igual de erradas que las mencionadas anteriormente.

Su común denominador era el carácter. Cada uno de estos hombres que he seleccionado de las Escrituras tenía un carácter moral muy bien definido. Es fácil pasar por alto ese ingrediente esencial entre los líderes actuales. . . especialmente durante un año electoral.

Desafortunadamente, nos hemos acostumbrado a pasar por alto el estilo de vida engañoso o secreto. Con frecuencia escuchamos que no es posible encontrar personas que valoran la honestidad y modelan la responsabilidad, quienes promueven la justicia, la lealtad y respeto por otros,  o que tengan convicciones firmes, y eso nos hace pensar que no es posible tener esas cualidades. Recientemente escuché que alguien dijo: “Estamos votando para elegir un presidente, no un papa”. A esta analogía yo digo “¡Qué tontería!”.

Tal vez piense que soy anticuado o idealista pero desearía que desenterráramos y restaurásemos la importancia del carácter. Por mucho tiempo ha estado enterrado. El carácter debe ocupar el primer lugar cuando se buscan empleados en un ambiente laboral. Debe ser un aspecto que no se negocia entre aquellos que ocupan un lugar de liderazgo en nuestras escuelas, ciudades, estados y por sobre todo en las iglesias y en la nación. Es lo que los padres desean inculcar en sus hijos. Es lo que una gran madre o un gran padre espera ver en las novias o novios de sus hijos. Es la cualidad fundamental que esperamos de aquellos que trabajan con nosotros. Tal vez no lo digamos en voz alta, pero internamente, todos deseamos tener carácter. Cuando nos hace falta nos damos cuenta de ello, resentimos no tenerlo. Se puede decir que el carácter es la médula espinal de la grandeza.

Si eso es así, ¿por qué no se habla de ello con frecuencia? Quizá porque la mayoría de nosotros hemos llegado a creer que no tenemos el derecho de exigirlo. Después de todo, como dice el dicho, “nadie es perfecto”.

Repito, requerimos carácter, no perfección.  Desde los comienzos de la nación, cuando aquellos grandes hombres y mujeres que no eran perfectos ocupaban posiciones de liderazgo, la sociedad podía notar en ellos lo que era tener una virtud genuina, dignidad, dominio propio,  resolución, determinación, fuerza de voluntad, pureza moral, integridad personal y patriotismo sacrificial. Ellos fueron seleccionados y elegidos porque eran ejemplos en el liderazgo público y en su vida privada. El hecho que algunos no vivieran  a la medida de esos parámetros, no significa que el ideal debería cambiar.

Salomón tenía razón. Aquellos que tienen integridad caminan seguros, sin temor que les descubran una falta. Si hombres como Job, José y Daniel pudieron demostrar carácter en los tiempos más difíciles, nosotros también podemos hacerlo--hoy.

Y ya que podemos, debemos hacerlo.