¿Quién puede entender lo que es sentarse al lado de un amigo o ser querido que está muriéndose de una enfermedad incurable? ¿Quién conoce el dolor de un corazón partido por un hogar que se destroza? ¿Qué tal alguien que entienda la pérdida de un hijo . . . o la miseria de un adolescente en drogas . . . o la angustia de vivir con un conyugal alcohólico . . . o un fracaso en los estudios . . . o la pérdida de un negocio? ¿Quien en la tierra puede entender?

Le diré quién: la persona que lo ha atravesado envuelto en la cobija de consuelo de Dios. Mejor que nadie ustedes, que han atravesado las punzantes experiencias, son los mejores consoladores que Dios puede usar.

Esta es una de las razones por las que sufrimos: para estar preparados para dar ánimo y consuelo a otros que se cruzan en nuestro camino y atraviesan situaciones similares. ¡Recuerde eso!

Miré de nuevo a la reacción en cadena. Sufrimos . . . Dios viene a nuestro lado para consolarnos . . . otros sufren . . . nosotros nos ponemos a su lado para consolarlos. Con el brazo de Dios firmemente sobre mis hombros, tengo la fuerza y la estabilidad para poner mi brazo sobre el hombro de otra persona. ¿No es eso verdad? Experiencias similares producen comprensión mutua.

Debido a esto podemos con confianza decir que nuestras circunstancias adversas nunca son en vano. Las heridas pueden doler, pero no les falta razón. Dios está preparándonos de manera singular para consolar a otros. En cierto sentido, todos nos estamos "preparándonos para el ministerio." Nuestro Padre está preparándonos para que atendamos las necesidades más hondas e íntimas de otros, haciéndonos atravesar primero por los lugares oscuros.

Noten 2 Corintios 1:8–10.
Porque no queremos que ignoréis, hermanos, acerca de nuestra aflicción sufrida en Asia, porque fuimos abrumados sobremanera, más allá de nuestras fuerzas, de modo que hasta perdimos la esperanza de salir con vida. De hecho, dentro de nosotros mismos ya teníamos la sentencia de muerte, a fin de que no confiáramos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos, el cual nos libró de tan gran peligro de muerte, y nos librará, y en quien hemos puesto nuestra esperanza. Él aún nos ha de librar.

Quisiéramos saber más de la experiencia de Pablo en Asia. Todo lo que sabemos es que el aporreado apóstol fue llevado hasta el mismo límite que su resistencia. Y un poco más. No le quedó ninguna pared en que apoyarse, ningún pozo de agua del cual beber, ninguna frase sin repetir frente a la crisis, frente a la muerte. Pablo dijo: "Se acabó. Fin de la cuerda, fin de la línea."

Tal vez estas mismas sean sus palabras. Tal vez usted está con Pablo en él punto desesperado más allá de su fuerza. La esperanza calladamente se ha escurrido por la puerta trasera. La desesperanza ya no puede ser reparada. Las cargas pesan mucho sobre el tejido internó lacerado. ¡El fin ha llegado!

Increíble como parezca, Dios tiene una razón incluso en esto.

Adaptado de For Those Who Hurt, copyright 1977 por Charles R. Swindoll.