Cuando yo era niño, nuestra familia vivía en Houston. Vivíamos al frente de una pareja que se habían casado tarde en la vida. La Srta. Katy conoció y se casó con el Sr. Roberto después de que ella había dejado ya atrás la edad en que podía tener hijos, así que los dos disfrutaron de una perenne luna de miel hasta bien entrada su jubilación. Él era un muy buen esposo, cariñoso, que la quería profundamente, y ella había hallado gran alegría en el hombre de sus sueños. El Sr. Roberto no era solamente la luz de su vida; le daba a esa vida mucho de su significado. Entonces, un repentino ataque cardíaco se lo llevó. La aflicción de ella no tenía límites. 

En las semanas que siguieron al funeral, mi madre observaba a la Sra. Katy salir de la casa todos los días para visitar la tumba. Como muchos a menudo lo hacen, ella pasaba largas horas allí, hablando, llorando, buscando algún tipo de conexión con su alma gemela fallecida. Todos los días al salir de la casa solitaria e irse al cementerio, su desesperanza empeoraba. Debe saber que nuestra vecina era una muy buena mujer, de gran moralidad, pero no tenía una relación personal con Cristo. A través de los años, mi madre había intentado hablarle del evangelio, pero la Sra. Katy nunca se mostró particularmente abierta. Y debido a que no tenía esperanza en Jesucristo, no tenía esperanza en su resurrección, ni ninguna esperanza de felicidad que no acabara trágicamente de nuevo, y por cierto, ninguna esperanza del cielo. 

Nunca olvidaré el día en que mi madre me dijo: “Charles: Quiero que ores para que el corazón de la Sra. Katy se abra a lo que tengo que decirle.” A los pocos minutos mi madre cruzaba la calle llevando una bandeja de pan dulce y una jarra de café. Esa misma tarde la Sra. Katy abrazó la verdad. Debido a que Jesús resucitó de los muertos, la muerte no podía reclamar la victoria final.

Deténgase un momento y piense en esto: ¿Qué tal si la resurrección de Jesús fuera un fraude, perpetrado por un grupito de fanáticos que trataban de empezar una nueva religión? ¿Qué, entonces, significan sus fugaces setenta años en la tierra? Mientras la Sra. Katy miraba hacia atrás a los años encantadores con su esposo —años que acabaron tan repentinamente, tan absurdamente para ella— ella no tenía respuesta. Sus esfuerzos inútiles junto a la tumba para reconectarse sólo lograban confundirla más y profundizar su desesperanza. 

Digámoslo tal como es. Si Jesús no se levantó en esa primera mañana de resurrección, poniendo a un lado sus lienzos sepulcrales, y saliendo de la tumba para andar entre los que lo amaban, en realidad nada más importa. Permítame decirlo de otra manera. Si Jesús no resucitó de los muertos, o si su resurrección fue una patraña, entonces nada, absolutamente nada, tiene algún significado para nada. Toda bendición de que usted disfruta llegará a un fin repentino, que le partirá el corazón. Toda buena obra que logremos, bien sea declinará, o rápidamente se volverá obsoleta. Cuando nuestra vida haya pasado: un mero abrir y cerrar de ojos comparado con los eones antes y después de usted, todo impacto que dejemos quedará borrado como huellas en la arena de la playa que las olas borran. Es más, desperdiciamos nuestro tiempo confiando en un dios extraño, y muerto.

El apóstol Pablo lo escribió de esta manera en su carta a la iglesia de Corinto: 

Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. Y somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que él resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron. Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres (1 Corintios 15:14-19). 

¡Qué insulsa es nuestra creencia en un señor muerto! ¡Qué fútil confiar en un dios que miente! ¡Qué fugaz es toda felicidad, y todo futuro, y toda esperanza que simplemente se acaba con la muerte!

Por otro lado, debido a que Cristo en verdad ha resucitado, tenemos toda razón para vivir rectamente, adorar a Dios, y saborear las bendiciones de que disfrutamos hoy porque sólo son apenas un bocado de prueba de lo mucho más que vendrá. La resurrección de Jesucristo es nuestra promesa de que la vida que llevamos no es en vano. Tenemos significación tanto temporal como eternamente. Nuestras vidas tienen un propósito más allá de los setenta y tantos años que pasamos aquí en la tierra, porque el Dios viviente nos ha prometido que nuestras inversiones en la eternidad no volverán vacías. Debido a que Jesús conquistó la muerte, y debido a nuestra fe en Él, ahora esperamos la victoria sobre la tumba. Ese triunfo nos da la valentía para aguantar todas las tragedias temporales, y la sabiduría para disfrutar de todo deleite terrenal. La victoria de Jesús sobre el mal final, la muerte, nos asegura que nadie está demasiado muerto como para que Él lo reviva. Así que, cualesquiera que sean nuestras circunstancias, podemos tener la confianza de que vienen mejores días. 

La Sra. Katy abrazó esta verdad el día en que mi madre volvió a casa con la jarra vacía y un corazón lleno. Pero las idas de la Sra. Katy al cementerio no se acabaron. En sus muchas visitas a la tumba, ella había notado que otros lloraban y hablaban con las frías piedras, tratando en vano de conectarse con los muertos, esperando recuperar algo de las relaciones personales que en un tiempo disfrutaron. Así que ella entendía su desesperanza . . . pero ahora ella tenía una verdad que los otros desesperadamente necesitaban oír y creer. 

Y así es como la Sra. Katy se convirtió en la única evangelista de cementerio que he conocido. Con su Nuevo Testamento en la mano, y unas pocas palabras bien escogidas, esta señora transformada consolaba a los deudos que lloraban, y les ofrecía la misma esperanza que le había dado a ella significado y vida eterna: ¡Jesucristo vive!


Adaptado de Charles R. Swindoll, “The Cemetery Evangelist,” Insights (abril 2006): 1-2. Copyright © 2006 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.