Amor sufrido

¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como reúne la gallina a sus pollitos debajo de sus alas, pero no quisiste! Pues bien, la casa de ustedes va a quedar abandonada. Y les advierto que ya no volverán a verme hasta que digan: "¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!" Mateo 23:37-39

La gloria del Señor dejó el templo de Jerusalén en el año 587 a.C. (ver Ezequiel 10). Sin embargo, regresó con los exiliados para comenzar nuevamente.

Cuando Jesús dejó el templo, hizo la promesa de regresar y levantar el velo de sus corazones cada vez que se volvieran al Señor. En ambas ocasiones, cuando Dios dejó el templo, el pueblo ya lo había rechazado. Amar a alguien así como Dios amó a Jerusalén y su pueblo no significa ser ciego a sus pecados. Por el contrario, hay veces en que el amor requiere una separación. Jesús dejó Jerusalén para que esta pudiera recapacitar. ¿Ha sido rechazado por alguien a quien ha amado? ¿Cuánto se esforzó por conquistarle?

Es con esos sentimientos, creo yo, que Jesús dijo: “Pues bien, la casa de ustedes va a quedar abandonada. Y les advierto que ya no volverán a verme hasta que digan: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!” La palabra que usa el Antiguo Testamento para decir lo que Jesús estaba diciendo es ichabod, que significa: “la gloria se ha ido”.

Sin embargo, el amor de Dios no se termina. Él no deja de amarnos por más que pequemos. Él nos disciplina en amor para que nuestra vieja naturaleza pecaminosa disminuya, y seamos revestidos con su vida. Él cargó con la culpa de nuestros pecados sólo porque nos ama. ¿Cómo se siente el ser amado con un amor eterno? ¿Cuánto nos cambia su amor?

ORACIÓN: Señor Jesús, ayúdanos a experimentar la profundidad de tu amor. Amén.

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