Una inocencia inusual

“… no ha cometido ningún delito que merezca la muerte, así que le daré una paliza y después lo soltaré.”Lucas 23:15-16

Es usual que las personas se sientan culpables por alguna razón. Ese era el caso de Martín Lutero, antes que el Espíritu lo guiara a redescubrir la gracia de Dios en el Evangelio.

Lutero se sentía muy atormentado por una conciencia que no lo perdonaba. A su confesor le dijo cada pecado que pudo recordar, incluyendo la culpa que sentía hasta por dormir bien a la noche. “Después de todo”, razonaba Lutero, “¿no deberían mis pecados mantenerme despierto?” Eventualmente, el sacerdote a quien Lutero había acudido para recibir absolución, le dijo: “Martín, o encuentras un nuevo pecado y lo cometes, o dejas de venir a verme”.

A pesar que Pilato no podía encontrar que Jesús hubiera hecho nada malo, sabía que había alimentado la ira de los líderes judíos. Sin embargo, en lo que Pilato estaba equivocado, era en adjudicar la culpa de esa ira a Jesús. En realidad eran los mismos líderes judíos quienes eran culpables—así como lo somos todos nosotros, porque todos hemos pecado y nos hemos alejado de Dios.

Excepto Jesús. Su conciencia estaba limpia. Él fue y es un Salvador inusual que cargó nuestro pecado y nuestra culpa, murió nuestra muerte, y construyó un puente entre un Dios justo y una humanidad pecadora. Como pecadores que hemos sido sanados por los sufrimientos de Jesús, agradecemos a Dios que, gracias a Jesús, él nunca se cansa de escuchar la confesión de los pecadores penitentes.

ORACIÓN: Señor Jesús, mi conciencia puede estar tranquila porque tú has quitado mis pecados. Gracias por darme tu paz. Amén.

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