Verdaderamente libres

Así que si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres. Juan 8:36

En el estado de Texas el 19 de junio se celebra el Día de la Libertad. En esa fecha, en 1865, los soldados de la Unión, liderados por el Mayor General Gordon Granger, llegaron a  la ciudad de Galveston con la noticia que la guerra había terminado, y que los esclavos eran libres.

Vale aclarar que la guerra ya había terminado, y que habían pasado más de TRES años desde que la Proclamación de Emancipación había sido firmada por el Presidente Lincoln.

Increíblemente, esta gente había permanecido bajo el yugo de la esclavitud hasta que escucharon el mensaje del Mayor General. Como es de esperar, al oír la buena noticia un gran número de esclavos creyó, se alegró y empezó a vivir su recién obtenida libertad.

Pero también hubo muchos que se rehusaron a creerlo, y escogieron permanecer con sus antiguos dueños. ¡Qué triste debe ser seguir viviendo en esclavitud aún después de haber sido liberado!

Y, sin embargo, esa es la situación en que vive la mayoría de la humanidad. Todos hemos nacido esclavos, esclavos del pecado, y así permanecemos hasta que el Espíritu Santo nos toca con la proclamación de libertad y perdón ganados por Jesucristo. Es mi oración que todos los lectores de las devociones diarias hayan experimentado esta libertad.

Lamentablemente, sabemos que hay muchos que aún son esclavos de Satanás. Algunos no han oído las buenas noticias; otros han rehusado creerlas, y otros prefieren permanecer con sus antiguos dueños.

Es a esas personas a quienes nosotros debemos hablarles.

Debemos hacerles saber que el perdón de Dios no depende del mérito que tengan. La emancipación de nuestras almas es real gracias a la sangre que Jesucristo derramó por nosotros.

Por lo que, y especialmente el 19 de junio, recordamos que Jesús nos ha encargado ir a todo el mundo y contarles a todos las buenas nuevas. Él quiere que digamos que él ha ganado la batalla por nuestra libertad; que ha vencido a nuestros enemigos el pecado y la muerte.

En Cristo somos liberados para vivir para siempre como amigos perdonados de Dios y no como esclavos de Satanás.

ORACIÓN: Padre celestial, te doy gracias porque por tu gran amor enviaste a tu Hijo para pagar el precio de nuestra redención del pecado, el diablo y la muerte. Gracias por tu Palabra que nos declara perdonados y libres. Ayúdanos a vivir en la libertad ganada con sangre como sirvientes responsables del Salvador. En su nombre. Amén.

Esta devoción fue escrita por Peggy Pedersen de Victoria, British Columbia, y llegó a mí a través de Ian Adnams, Director de Comunicaciones de la Iglesia Luterana de Canadá.

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