Recibiendo y sirviendo

Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: —¿Y tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí? —Ahora no entiendes lo que estoy haciendo —le respondió Jesús—, pero lo entenderás más tarde. —¡No! —protestó Pedro—. ¡Jamás me lavarás los pies! —Si no te los lavo, no tendrás parte conmigo. —Entonces, Señor, ¡no sólo los pies sino también las manos y la cabeza! —El que ya se ha bañado no necesita lavarse más que los pies —le contestó Jesús—; pues ya todo su cuerpo está limpio. Y ustedes ya están limpios, aunque no todos. Jesús sabía quién lo iba a traicionar, y por eso dijo que no todos estaban limpios.
Cuando terminó de lavarles los pies, se puso el manto y volvió a su lugar. Entonces les dijo: —¿Entienden lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he puesto el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes. Ciertamente les aseguro que ningún siervo es más que su amo, y ningún mensajero es más que el que lo envió. ¿Entienden esto? Dichosos serán si lo ponen en práctica. Juan 13:6-17

Una mujer está sentada en una cama de hospital, recuperándose de una apoplejía. Sabe que va a pasar mucho tiempo antes de que pueda volver a hacer las cosas que antes daba por sentado. Balbucea: “Siempre ayudaba a los demás, y ahora ni siquiera puedo cuidarme a mí misma”. Y se pone a llorar.

Jesús le dijo a Simón Pedro que tenía que dejar que su maestro le lavara los pies: “Si no te los lavo, no tendrás parte conmigo” (Juan 13:8). Nos cuesta admitirlo, pero a menudo nos resulta difícil recibir la ayuda, la solidaridad, y la compasión de los demás.

Aún los cristianos somos reacios a aceptar misericordia. Sabemos que no debemos servirnos a nosotros mismos y, como expresión de nuestra fe en Cristo, y en gratitud por la gracia de Dios, encontramos formas de servir a los demás.

Sin embargo, el admitir nuestras debilidades y necesidades para recibir el amor de los demás es algo así como admitir nuestras debilidades ante Dios, y nuestra necesidad de recibir su gracia.

Consideremos las siguientes palabras de nuestro Señor: “Ciertamente les aseguro que ningún siervo es más que su amo, y ningún mensajero es más que el que lo envió” (Juan 13:16).

ORACIÓN: Señor Jesús, tú eres muy bueno con nosotros; te pedimos que nos ayudes a recibir y a compartir tu bondad libremente. Amén.

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