Una jactancia usual

“—Aunque todos te abandonen –declaró Pedro—, yo jamás lo haré.” Mateo 26:33

Es usual que hagamos promesas serias. Quienes hacen promesas como la que hizo Pedro, son como la niña de primer grado que fue invitada a cenar a la casa de una amiguita. Mientras la mamá preparaba la comida, le preguntó a la pequeña invitada si le gustaba la verdura hervida. Ella respondió: “Sí, me gusta.”

A pesar de sus palabras, cuando llegó el momento de comer, no se sirvió ni un poquito de ellas. La mamá de su amiga dijo: “Pensé que dijiste que te gustaban las verduras”, a lo que, sin pensarlo dos veces, la niña respondió: “Sí, me gustan, pero no lo suficiente como para comerlas”. Al igual que Pedro, nuestras palabras están llenas de las mejores intenciones, pero nuestras acciones no siempre las apoyan.

En contraste con nuestra debilidad para cumplir con lo dicho, nuestro Salvador es un Redentor que mantiene sus promesas. Cuando él dijo que había venido para “buscar y salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10b), así lo hizo—aun cuando tuvo que sufrir terriblemente. Viendo su fuerza, y sabiendo de nuestra debilidad, decimos: “Dios, concédenos que nuestras acciones sean tan serias como nuestras palabras”.

ORACIÓN: Señor Jesús, guía mis palabras y acciones para que siempre glorifiquen tu nombre. Amén.

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