¿Ha notado usted que muchas de nuestras iglesias se han convertido en conferencias bíblicas extendidas, lugares en donde nos encanta sentarnos y empaparnos en la Palabra de Dios como esponjas en lugar de recibir un reto y oportunidades para lanzarnos al mundo?

No me entienda mal; la iglesia es el lugar propicio para aprender cómo andar en forma íntima con Cristo, pero es mucho más que eso. Pablo les instruyó a los efesios que Cristo le dio a la iglesia apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros “para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Efesios 4:12). Allí está; precisamente allí: empaparse y luego lanzarse; aprender cómo llegar a ser obreros dedicados y siervos que participan en forma activa.

Así que, ¿de dónde sacamos la idea de que la meta de los que están en la familia de la fe es simplemente absorber más información? Dicho sin ambages, ¿desde cuándo equiparamos la espiritualidad con asentaderas adormecidas?

Ahora, espere. No salte a la conclusión de que estoy poniendo en tela de duda el valor de reunirnos para la enseñanza. Algunos de los momentos más útiles y significativos de mi vida han tenido lugar en una reunión de creyentes. Pero cuando reviso el estilo de instrucción de nuestro Señor Jesucristo, no puedo dejar de ver cuán diferente era del nuestro. Él nunca les dijo a los doce que anotaran algo o que repitieran sus palabras al pie de la letra. Cuando en efecto les exhortó, usó palabras sencillas, ilustraciones vividas, ejemplos de la vida diaria, y aplicaciones que se entendían con facilidad; siempre impulsándolos a la acción.

Palabras. Palabras. Palabras. Nos hemos vuelto “demasiados locuaces” en nuestra fe, lo que explica nuestro interés excesivo en tener más reuniones y adquirir más conocimiento. ¿Cuándo se nos ocurrió la idea de que más información conduce a una consagración más profunda a poner en práctica las palabras?

Los más fuertes críticos de Jesús, los fariseos, eran muy buenos para mandamientos ruidosos, dogmáticos, requisitos prolongados, y demandas extremas., ¡Cuánto les encantaba el sonido de sus propias palabras! Pero cuando se trataba de hacer, caían de narices.

Santiago nos exhorta: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Santiago 1:22). En otras palabras, no hable de compasión; dé una mano. No aporree el púlpito en cuanto a la generosidad; dé una buena ofrenda. Simplemente hágalo.

En los portales del cielo no nos va a recibir un ángel con un tablero para tomarnos un examen relámpago de conocimiento bíblico. Pero mientras estamos aquí en la tierra, hay una pregunta que tenemos que responder: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lucas 6:46).

Hace años encontré un fragmento elocuente, y muy convincente, titulado: “La Lección.”

Entonces Jesús llevó a sus discípulos al monte y reuniéndolos alrededor de él, les enseñaba, diciendo: Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos; bienaventurados los mansos; bienaventurados los que lloran; bienaventurados los misericordiosos; bienaventurados los que tienen sed de justicia; bienaventurados son ustedes cuando los persigan; bienaventurados son ustedes cuando sufren; alégrense y regocíjense porque su recompensa es grande en el cielo. Entonces Simón Pedro dijo . . .
¿Tenemos que anotar eso?
Y Andrés dijo . . .
¿Debemos saber esto?
Y Jacobo dijo . . .
¿Tendremos que rendir examen sobre eso?
Y Felipe dijo . . .
No tengo papel.
Y Bartolomé dijo . . .
¿Tenemos que entregar esta tarea?
Y Juan dijo . . .
Los otros discípulos no tuvieron que aprender esto.
Y Mateo dijo . . .
¿Puedo ir al baño?
Y Judas dijo . . .
¿Qué tiene esto que ver con la vida real?
Y Jesús lloró.
A veces pienso que todavía puedo oírle llorar.

Esto no es lo que Jesús tenía en mente para sus discípulos. Jesús quiere que hagamos lo que él ordena.

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Después de todo, es tiempo de que dejemos meramente de empaparnos en información y que empecemos a extender al mundo lo que sabemos. El mundo necesita oírlo. El mundo necesita verlo. Tenemos que hacerlo.

Y eso con certeza hará que Jesús sonría.