Una fría mañana de febrero recibí la llamada. Mi padre me dijo: "Hijo: Pienso que tu madre ya se ha ido." La noticia me tomó completamente por sorpresa. "¿Qué se ha ido? ¿Quieres decir que ha muerto?" pregunté. "Sí; pienso que ha muerto."

Me fui lo más rápido que pude al apartamento de mis padres en Dallas. Mi hermana había llegado antes que yo, y estaba hablando con mi padre cuando yo llegue. Mi madre yacía inmóvil en el sofá en donde se había acostado para tomar una siesta, y en algún momento mientras dormía exhaló su último suspiro.

Eso fue en 1971. Ella tenía sólo 63 años. No estoy seguro de qué fue lo más duro; perder a mi madre tan repentinamente o ver a mi padre morir lentamente en los nueve años que siguieron. Pienso que fue esto último. Él vino a vivir con nosotros durante ese tiempo, así que aprendí mucho en cuanto a la aflicción, lo necesario que es para sanar, y sin embargo lo fácil que puede llegar a ser su propia clase de muerte lenta.

Estoy convencido de que nadie se puede recuperar completamente de una pérdida sin permitirse sentir y expresar completamente la tristeza. Sin embargo, la aflicción de una persona no es la de otra. He visto a algunas personas avanzar después de una pérdida significativa en cuestión de semanas, mientras otros toman meses, muchos meses. El tiempo que le lleva a una persona recuperarse no dice nada en cuanto a su espiritualidad. El proceso de aflicción es tan individual y singular como una huella digital. Quiero dejar eso en claro antes de que usted siga leyendo.

En tanto que la aflicción es parte del proceso integral de sanar, es posible que una persona cultive y alimente la aflicción al punto de mantenerla viva como si fuera una mascota muy querida. Con el tiempo ese individuo puede perder perspectiva, desalentarse, y de muchas maneras, morirse antes de morirse.

Mi madre era la chispa de la vida de mi padre. Ella inspiraba la alegría, la creatividad y la risa en nuestra casa. Ella nos enseñó lo que es la música grandiosa y nos animó a tocar instrumentos y a cantar. Si mi padre tuvo alguna alegría y deleite en la vida, en su mayoría la recibió de ella. Así que cuando mi madre murió primero, era como si se hubiera apagado la luz de su vida. Él no tenía aficiones, muy pocos amigos, y ningún interés aparte de ver televisión. Nunca leyó mucho. Su mundo se reducía al estrecho radio de los cuartos de nuestra casa, preferiblemente con las persianas corridas y la puerta cerrada. Sin embargo, nosotros no le permitimos que siga así. Como familia hicimos lo mejor para ayudarle a hallar vida después de la muerte de mi madre, pero nada parecía reemplazar la chispa de ella.

Procesar la aflicción es necesario para que tenga lugar la sanidad. Igualmente importante es la decisión de poner fin a la aflicción. Nadie puede apresurar el proceso de aflicción, pero es vital que entremos en él con la determinación de que un día se va a terminar. Por eso debemos buscar maneras específicas para asegurarnos de que el proceso de sanar no toma más tiempo del necesario. Habiendo enfrentado mi propia porción de tragedia y aflicción a través de los años, he hallado dos perspectivas muy provechosas. Una es mirar al pasado, y la otra es mirar al futuro; en otras palabras, reflexión saludable en el dolor y expectación deliberada de la esperanza que vendrá con certeza. He hallado que llevar un diario es el mejor lugar para hacerlo. De hecho, es tan efectivo que muchos asesores en la aflicción les recetan a sus clientes que lleven un diario.

Miro hacia atrás al leer los diarios que he llevado con el correr de los años. Esto a menudo me ayuda a ver un patrón consistente de la fidelidad de Dios en las pruebas, lo que me da confianza de que cualquier nueva lucha que enfrento puede ser igual de difícil e igual de temporal. Como resultado me hallo resistiendo el dolor con mucho menos temor. El llevar un diario me ha equipado para procesar la aflicción de las inevitables rupturas de corazón que vienen, grandes y pequeñas, sin volver a abrir viejas heridas.

Miro hacia adelante tomando algunas decisiones, resoluciones, por así decirlo, en cuanto a cómo voy a usar mi prueba presente en mi ministerio futuro. Victor Frankl hizo esto durante su lucha por sobrevivir al horror del campamento de muerte nazi. Se imaginaba como su odisea pudiera ser útil en su práctica y enseñanza de psicología después de la guerra, aunque no tenía razón para esperar que sobreviviría.

Llegué a disgustarme por la situación de las cosas que me obligaba, diariamente y a cada hora, a pensar sólo en cosas tan triviales. Obligué a mis pensamientos a dedicarse a otro tema. De súbito me vi a mí mismo de pie en la plataforma de un salón de conferencias bien iluminado, abrigado y agradable. Frente a mi estaba un público atento sentado en cómodos asientos tapizados. ¡Yo estaba dando una conferencia sobre psicología del campamento de concentración! Todo lo que me oprimía en ese momento llegó a ser objetivo, visto y descrito desde el remoto punto de vista de la ciencia. Mediante este método logré de alguna manera elevarme por encima de la situación, por encima de los sufrimientos del momento, y observarlos como si ya fueran cosa del pasado. . . . El prisionero que había perdido fe en el futuro, su futuro, estaba acabado.1

El resolver usar las luchas presentes para un futuro mejor me da un sentido de dominio sobre las circunstancias que de otra manera serían opresivas. Pablo echó mano de la experiencia personal al afirmar que, debido al Espíritu Santo, ninguna prueba jamás lo dominaría.

Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza; y la esperanza no desilusiona, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado (Romanos 5:3–5).

He hallado que decidir actuar en la oscuridad de hoy me ayuda a apropiarme de la esperanza que la Biblia promete conforme avanzo hacia un mañana más brillante. Las personas que están atravesando una tragedia, a menudo necesitan ayuda más allá del dolor. Tal vez no tengan la capacidad para ver la esperanza más allá del dolor. A menudo necesitan la perspectiva saludable de sus seres queridos. Tal vez necesiten que alguien les cuente ocasiones pasadas cuando Dios demostró su fidelidad. Es más, tal vez tengan que depender de la imaginación de otros para poder vislumbrar un futuro más allá del dolor. Muchos de los que están sufriendo tal vez no consideren procesar sus pensamientos en un diario durante el proceso de sanar sin que alguien los anime a empezarlo.

Pregúntese:

• ¿Hay alguien que yo conozco que puede estar enfrentando en las festividades que se avecinan con una carga gigantesca de tristeza sobre sus hombros?
• ¿Hay alguien llegando a un hito o transición significativa que pudiera usar mi ayuda para adquirir una perspectiva saludable?
• ¿Quién pudiera estar en el umbral de un futuro muy desafiante?

Tal vez este amigo o ser querido no ha pensado en hacer una pausa y marcar el momento. Con un vistazo al pasado y una mirada realista al futuro, usted tal vez puede ayudarle a ver la esperanza más hacia de la aflicción presente. Pudiera ser el mejor regalo que reciba todo el año.

1. Victor Frankl, Man’s Search for Meaning, (New York: Simon & Schuster, 1962), pp 73–74.