Juan el Bautista luchaba con su propio sermón. Había predicado que el reino del Mesías venía con poder y justicia. Pero, en lugar de eso, el ministerio de Jesús se centraba en predicar y en acciones de misericordia, y Juan se halló a sí mismo consumiéndose injustamente en una cárcel cerca de las candentes orillas del Mar Muerto. El manso Jesús ni siquiera se parecía al libertador político que todos esperaban. 

Al no poder reconciliar las contradicciones, y preso de sus propios pensamientos, Juan dudó de su propia predicación. Juan envió mensajeros para que le preguntaran a Jesús: “¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?” (Mateo 11:3). En otras palabras, había ciertas expectativas que se esperaban del Esperado . . . y Jesús no había cumplido ninguna de ellas. 

Póngase en la celda de Juan por un momento. ¿Alguna vez le ha parecido como que las “buenas noticias” de la Biblia en realidad no funcionan en el mundo real? Pregúntese usted mismo: Si el evangelio "funcionara,” ¿cómo sería eso? ¿Qué es lo que yo espero de Jesús? 

Aunque tal vez no lo digamos en voz alta, a menudo esperamos que sí creemos y vivimos correctamente, tendremos matrimonios sin peleas, saldo bancario en negro, hijos bien equilibrados y obedientes, paz con los colegas, y libertad de las incesantes tentaciones de la carne. 

Aunque nuestras expectativas son bíblicas, como eran las de Juan, con todos las vemos por el lente de la impaciencia. Suponemos que si Dios ha prometido actuar, ¡debería actuar ahora! Como si todo el universo de Dios girara alrededor de nuestro calendario.

Pienso que cuando nos hallamos más desilusionados con la vida, no es porque algo en la vida nos haya fallado. Más bien, lo que nos han fallado son nuestras expectativas de lo que la vida “debería ser.” O, dicho en otras palabras, cuando nos hallamos más desilusionados con Dios, Dios no nos ha fallado; lo que nos ha fallado son nuestras expectativas de Dios.

En respuesta, Jesús en Su gracia le presentó a Juan el Bautista el reto de forjar sus expectativas según la Palabra de Dios, y no de circunstancias que parecían contradecirla: “y bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí” (Mateo 11:6).

Siempre debemos tener reservas para dar por sentado que el evangelio no “funciona,” cuando nosotros simplemente no podemos ver el panorama completo. Cuando luchamos por conectar la verdad con la vida, debemos abrazar las limitaciones de nuestra comprensión . . . y lo ilimitado de la de Dios. Nuestra incapacidad para entender a Jesús debería darnos causa para adorar, no para dudar.

Jesús estaba dispuesto a desilusionar a todos, excepto al Padre celestial. A todos. Piense en eso por un momento. Jesús amó a Sus seguidores lo suficiente como para desilusionarlos, para permitirles que cuestionaran Su poder, y que lucharan en contra de Sus propias expectativas, a fin de que puedan disfrutar de gozo verdadero a la larga.

Jesús está dispuesto a desilusionarlo a usted por la misma razón.

Artículo adaptado de Wayne Stiles, Walking in the Footsteps of Jesus: A Journey through the Lands and Lessons of Christ (Ventura, Calif.: Regal Books, 2008).