Pablo enseña que, debido a que el corazón del hombre frecuentemente es más profundo que su conocimiento, debemos dejar el juicio del corazón de los hombres a Dios. La Biblia no enseña que nunca debemos juzgar a otra persona, sino que debemos juzgarnos a nosotros mismos primero, porque a veces es necesario hacer juicios acerca de las personas que persisten en sus pecados. Nuestro motivo para confrontar a estas personas siempre debe ser el amor, con la meta de la restauración a la comunión con el Señor y el cuerpo de Cristo.